Celia se acercó al sensor de corto alcance de la puerta que tendía a vacilar antes de abrirla y permitirle pasar al supermercado. Nada más poner un pie en el interior del local miró hacia la derecha para descubrir que, al igual que casi todos los días, no quedaban más que dos carritos metálicos, uno pegajoso por alguna fruta podrida y otro con varias bolsas de plástico dentro. El resto de carros debía de estar esparcido por el aparcamiento subterráneo esperando inútilmente que alguien los recogiera. A la izquierda había varias cestas apiladas y se decantó por coger una de esas en su lugar. Avanzó por las baldosas cuadradas escuchando el traqueteo a la vez que alternaba su mirada entre las cajas registradoras a la izquierda y la pequeña parafarmacia a la diestra. La luz era intensa y con un tonillo amarillo que pretendía hacer el lugar más acogedor. Llegó a la sección del pan y comprobó que en las cuatro mesas dispuestas como si se tratase de una cafetería no había nadie y que el pan, a pesar de estar recién hecho y desprender un aroma reconfortante y, en cierto modo, melancólico, era el mismo de todos los días, monótono, sin variedad, y con una calidad que descendía día a día. Tomó un paquete que tenía el mismo número de bollos que mesas había y lo echó en la cesta, tratando de esquivar el chicle que había pegado al fondo sin éxito. En la zona de las frutas había una desactualización medioambiental pues seguía habiendo bolsas de plástico de usar y tirar. Celia cortó una del rollo en el que estaban enroscadas y metió tres peras ni muy verdes ni muy maduras. Esquivó a un reponedor con su respectivo carrito cargado hasta arriba y giró hacia donde se encontraban el resto de islas de productos. En el cuarto pasillo encontró los huevos y abrió una caja, los movió y como había un par rotos cogió otra y la depositó con delicadeza en la cesta tras comprobarla. Se puso en la línea de caja para pagar detrás de un señor mayor con una cesta poco más cargada que la suya. Solo había dos cajeros así que realmente no tenía mucho donde elegir. La cajera le dio los buenos días mientras pasaba un paño por la cinta transportadora y Celia colocaba su compra en la misma sobre el rastro húmedo que la trabajadora había dejado. Tras pagar salió por la puerta vacilante por la que entró.
Está fenomenal
ResponderEliminarMe encanta. deberías escribir más y desarrollar este talentazo. Se nota que lees a menudo, te felicito por ello y por esta obra fantástica.
ResponderEliminaraww voy a llorar <3
EliminarEsta geniaal
ResponderEliminarEstá increíble!! FELICIDADES.
ResponderEliminar👍👏
ResponderEliminarMuy buen relato, muy bien también las descripciones detalladas y el uso de lenguaje valorativo... la intención crítica de la autora se percibe claramente. Estoy segura de que a Galdós también le gustaría.
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