Aquel lugar en el que abunda el silencio, pero a la vez está tan lleno de emociones, donde la joven pelinegra de ojos claros amante de los libros, Sophia va día tras día.
Era un día de primavera de esos lluviosos en los que a medida que avanzas por la acera te vas mojando por el movimiento de los coches, de esos que al despertarse miras por la ventana y se te bajan los ánimos. Entró por la enorme puerta de la biblioteca, estanterías obsoletas repletas de libros tanto por la izquierda como por la derecha -¡Buenas tardes señora María!- pronunció Sophia como de costumbre. María era la secretaria de aquel lugar, que su única vocación en la vida fueron los libros.
Tras subir las viejas escaleras de madera se sienta, como siempre, en la mesa blanca al lado de la sección de libros de Lorca, sus favoritos .
Pero hoy era distinto, al cabo de 10 minutos entró un rostro desconocido en aquella biblioteca. Un joven rubio, de estatura media, ojos azules y ropa en boga, al cual Sophia denominó como Rudius. Este se dirigió hacia la otra mesa blanca al lado de la suya, Sophia un tanto sorprendida siguió leyendo “Romancero gitano”. Pasados unos minutos, Rudius tomó un libro de Juan Valera, Pepita Jiménez para ser concretos, el cual pareció haberlo cogido al azar y se dispuso a echarle un vistazo por encima, sacó su móvil, ese dispositivo que la sociedad de hoy en día sin el que no puede vivir, e hizo unas fotos. Sophia extrañada miró de soslayo su pantalla sin que él lo percibiera, “en la biblioteca estudiando” y le dio a publicar. Mensajes del estilo “que listo estudiando” le empezaron a llegar, se levantó colocó el libro en aquella estantería negra y salió por la puerta. Sophia defraudada pensó “otro más que se preocupa por la imagen más que cultivar su mente ”
Buen relato, pero se echa en falta más descripción del espacio narrativo (que era nuestra instrucción: un espacio y descripción al estilo Galdós).Nos hemos desviado demasiado hacia los personajes, pero está bien.
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