Otro jueves igual a los demás. Valentina se dirigía a la tienda de su calle para comprar comida, como todos los días después del colegio. Era un día lluvioso. Bajó la calle inclinada que dejaba pasar un viento sonoro y frío que incomodaba su cuerpo, que estaba helado. Dobló la esquina, y ahí estaba el supermercado. Sube la famosa rampa de piedra, con azulejos blancos, ahora sucios y amarillados con el pasar del tiempo. A su lado está un muro largo y grande, que da forma al mismo, con imágenes de frutas variadas. Fuertes rejas de hierro daban el aspecto moderno del edificio, que había sido construido cuando Inés era pequeña. En su memoria borrosa y aislada de todo el mundo, se acuerda de caminar al lado de su abuela, y mirar un edificio en construcción. Nunca había visto algo tan raro en esa edad prematura.
Al entrar, las puertas se abren ante sí. Miró por todos lados. Tenía un ambiente lúgubre y pesado. El guardia alto, chaleco negro y zapatos grandes, tenía la mirada fija en las manos de los clientes, que se desplazaban con sacos de plástico llenos de comida. Todos eran de colores y texturas diferentes. Unos eran blancos, otros reciclables. Pasó de largo por la entrada, y le impactó el cansancio de los operarios, trabajan tanto para recibir tan poco. Movían acá y allá objetos de un sitio a otro. El pitido repetitivo de las máquinas era irritante, que molestaba los pensamientos misteriosos de Valentina.
Una vecina suya tenía el pelo cogido en un moño, vestida con la misma ropa de siempre. El vestido aburrido magenta, que apenas estaba decorado con un tejido suave azul marino. La miró con sus ojos grises, que le lanzaban una cierta frialdad y arrogancia. Con vergüenza, Valentina miró hacia al suelo blanco pálido, y consiguió distinguir un billete de 100€ que se le había caído a un cliente. Tenía zapatos nuevos, y brillaban más que el agua limpia. Analizaba su ropa extravagante que vestía, y Valentina se apartó de susto, de repente. El hombre le gritó por haber cogido su dinero y arrancó el billete de sus manos sin decir más nada.
Siguió andando, y se dio cuenta de la poca luminosidad que tenía la tienda. Es decir, las luces ya estaban gastadas, y dejaban un ambiente pesado y oscuro en el local. La música de fondo era suave, muy característico de Lisboa, y hacía que las personas se entretuvieran en la tienda. Cajones grandes había por todas partes, llenas de frutas y vegetales, los cuales se amontonaban unos encima de otros. Y entonces Valentina preguntó a un trabajador donde estaba la mantequilla, pero este no le respondió. Con recelo, Valentina se dirigió a otra persona, un poco más simpática, y le dio direcciones. Sin embargo, se detuvo un momento y pensó si de verdad la mujer le mintió de propósito o no, y segundos después comprobó que sí, por su risa hipócrita de fondo. Con cuidado pasó por los pasillos repletos de gente, que se ponían de puntillas de pies para coger la comida de las estanterías grandes y largas, que tenían carteles de descuento grandes y llamativos. Entre gritos altos de niños pequeños y personas paradas mirando el móvil, no le permitieron pasar. A la izquierda encontró otro camino, estrecho y apretado, y ahí estaba la mantequilla. Con descuento. Efectivamente todo estaba con descuento, y al coger el último paquete que existía en el mundo, la misma mujer de antes la tiró al suelo y corrió riéndose entre dientes. Por supuesto se llevó la maldita mantequilla. Sin más, buscó un par de manzanas para comérselas en casa. Al pagar, Valentina se percató. No tenía dinero. Empezó a entrar en desesperación. Cabizbaja, se llevó las manos a la cabeza. De repente, apareció una mano tendida, con dinero. Era la mano de una anciana encantadora.
Al salir de la tienda, Valentina tomó conciencia de que todos necesitamos los unos de los otros, y que todavía existen personas que nos consiguen sorprender.
Muy buen relato, muy buenas y minuciosas descripciones del espacio y de los personajes... todo muy realista, al estilo galdosiano y además con ese trasfondo de leve crítica social... Muy bien. La redacción de algunas expresiones podría mejorar con algunos pequeños cambios: , , , . Muy buena historia.
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