Era un fin de semana de verano, con poca gente en la calle, exceptuando el constante flujo de personas accediendo y saliendo de la tienda. El sol tardío incidía sobre la ropa expuesta ostentosamente en el escaparate que llamaba a entrar en aquel supuesto lugar fantástico. Juan, antes de entrar, se fijó en el tipo de clientes que acudían a aquel lugar, siempre finos, siempre limpios, con buena apariencia y adinerados aunque arrogantes e ignorantes la mayoría. Después de aquella tarde, Juan se convertiría en uno más de ellos. Mirando a su derecha, vio a un mendigo pidiendo limosna a estas gentes finas para sobrevivir. El mendigo era sucio, con ropa gastada y siempre ignorado por el constante flujo de personas en la calle.
Al entrar, se encontró con una realidad completamente distinta a la de la monótona, vieja y pálida calle que conocía hace muchos años. La tienda blanca y reluciente estaba repleta de ropa de varios colores, tamaños y formas: chaquetas marrones, pantalones azules, camisetas negras, vestidos rojos… A su izquierda, ve el escaparate que ve cambiar todos los meses, ahora con carteles de la añorada colección de otoño, carteles marrones con letras naranjas, ropas extravagantes y caras. En su mano derecha, tenía el dinero que consiguió ahorrar para finalmente comprar los populares zapatos futuristas negros con rayas blancas que tanto quería. Avanzando hacia los escalones, Juan se percató de una discusión entre un empleado y una clienta. El empleado estaba de traje, con zapatos de salón negros, una corbata azul y roja y un carné, común a todos los empleados, con su nombre escrito: Manuel. Manuel parecía tener 21 años, era tranquilo y profesional. Sin embargo, la clienta era lo opuesto: egoísta, egocéntrica y maleducada, por eso, estaba dando gritos, diciendo que el traje que compró a su hijo no le sirve. Mientras tanto, dos guardias, altos y fuertes estaban en camino para poner fin a aquel conflicto, andando lentamente. Los clientes, ignoraban aquella situación, no ayudando a Manuel. Finalmente, Juan llegó a sus deseados zapatos, puestos en un pedestal brillante que giraba diciendo “edición limitada” en mayúsculas y a rojo. Al coger la caja, Juan sintió un sentimiento de alivio. Volviéndose a la caja del primer piso, pagó los 100 euros que tenía y salió por la misma puerta de antes, viendo que todas las situaciones, desde la de Manuel y la clienta, hasta la del mendigo, permanecían iguales, sin cambio, monótonas, como la calle que conoce desde siempre y la vida que llevaba hasta entonces.
Muy buen relato y muy buen retrato de la sociedad que pasa por esa tienda de zapatos. El espíritu crítico de los realistas y el estilo galdosiano están bien conseguidos.
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