Era un momento ferviente en el cual Velasco escapaba de unos perros, según él, babosos y rabiosos. Como último recurso que tenía, decidió engullir su barrita energética oculta en su bolsillo. Al ingerir la última reserva restante de comida que llevaba encima, se dirigió a comprar más, ya que era un hombre hambriento con un estómago feroz. A pesar de tener hambre y estar cansado, siguió andando hasta toparse con una larga fila saliente de un bazar chino bastante viejo. Una fila kilométrica e interminable que dejaba a Velasco impaciente y, por consiguiente, se sentó a esperar debajo de un árbol. Era un día tranquilo, unas brisas suaves y tenues acompañadas por intermitentes ráfagas de viento recorrían las calles de la ciudad, caían hojas de colores cálidos de los árboles caducifolios, representativos de la calle, en una época retratada como el mosaico de todas las estaciones, el otoño.
Cuando llegó el turno de entrar a Velasco, se pudo observar dentro del local, estrecho y largo, un llamativo olor a humedad y el añoso inmobiliario. Destacaba una fría atmósfera con gente apretada que te observaba desde las alturas, con una mirada repelente y desconfiada. Debido a la altura de Velasco, no podía llegar a comprar la bebida que quería de la máquina expendedora por lo que tenía que comunicarse con el chino del local, como podía ya que no hablaba español, para llegar a comprar un refresco. En la parte izquierda del interior de la tienda había utensilios de diversas utilidades y en el lado derecho, juguetes y artefactos ociosos, cubiertos de polvo. Fatigado, Velasco decide descansar en la apacible penumbra del fondo del local. Velasco veía a la gente entrar y salir, extranjeros, gente de la zona, pobres y alguna que otra persona acompañada por su mascota. Resaltaba el asombroso número de pobres que acudían al local, con unos sórdidos harapos deshilachados y un andrajo desgastado, canosos y escasos pelos, barbas densas y roñosas que fácilmente llegaban al pecho. Se comunicaban con un lenguaje vulgar, despectivo, denigratorio y arrogante, como un acto xenófobo y maleducado por parte del transeúnte. La desigualdad, pobreza y la desmesurada jornada laboral, rebosaba en esos momentos. Una sensación de culpabilidad, furor y agonía, levitaban por el aire impregnado de numerosos sentimientos, con la única, sencilla y eficaz solución de tratar a todos por igual, independientemente de su raza, procedencia o clase social. El largo y estrecho pasillo visto desde la perspectiva de Velasco, finaliza con la entrada del comercio y la caja donde se efectuaba el pago. Detrás del cajero, había colgadas unas revistas con un título color un color ocre, insalubres para la vista, cuyo precio era prácticamente inexistente, ya que nadie las compraba.
Al cabo de un tiempo y de estar un buen tiempo recostado en la esquina del local, Velasco procedió a abandonar la tienda. Un golpe de frío seco recorrió su espina dorsal, el álgido y gélido clima de las tardes de otoño, pasaban factura por el cuerpo de Velasco, por lo que aceleradamente, se apresuró en volver rápido a su casa.
Muy buen relato, realmente muy bien conseguido el efecto realista, con un trasfondo de crítica social... seguro que a Galdós le encantaría. La descripciones minuciosas y el lenguaje valorativo de alguno pasajes son muy acertado y consiguen transmitir al lector lo denso del ambiente y de la situación de las personas que están en esa tienda. Además, muy buena historia y bien redactada.
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