Se dispuso a entrar en la tienda de carteras para poder comprar una nueva, pues la suya ya tenía mucho trote, y los bordes del cuero ya no podían dar más de sí. Delante de la puerta del negocio se percató del color ocre de las letras que decían “Carteras Constantino”, antaño doradas pero por el tiempo se habían deteriorado hasta ese estado.
La tienda tenía un aire lúgubre, pues la abundancia de espacios oscuros le daban el aire clásico y sobrio. Nada más entrar estaban a la derecha las carteras más económicas, de un cuero de un comercio local bastante fino y casi sin gravados, es decir, poco manufacturados. Lucrecio era un hombre célebre y uno de los mejores negociantes de la actualidad, y no podía permitirse salir a la calle con ese tipo de billeteras, teniendo en consideración que alguien lo fotografiara y pudiese ser condenado por la imagen pública. En la parte trasera de la tienda estaban las carteras más exclusivas, y una llamó en especial la atención de Lucrecio. El cuero refinado de una de las carteras de la estantería del fondo le atrapó nada más verla: los tonos azabaches y los grabados en un sutil tono dorado le cautivaron al punto de que dejó de mirar otras posibilidades. Incluso dejó aparte una selección altamente exclusiva de carteras de pieles de serpiente, que bien trabajadas eran de las mejores pieles que se podían pedir, aunque según Lucrecio era un grado de ostentosidad superlativo, el cuál no estaba dispuesto a alcanzar. Se dispuso a recoger esa cartera y llevarla al mostrador para poder pagarla. Al llegar, un hombre alto, mayor y delgado le atendió; tan profesional en el negocio que estaba al tanto de todos los datos de cualquier cartera que Lucrecio pudiese haber escogido. Con un tono sobrio pero acogedor dijo “son quinientos setenta con noventa, ¿tarjeta o efectivo?''.Lucrecio sacó una antigua cartera que después de esa compra quedaría en el olvido y sacó su tarjeta. Después de darle el ticket de compra, el señor le deseó un feliz día a Lucrecio, que se lo devolvió asintiendo y haciendo una agradable mueca de sonrisa. Sin perder un solo minuto, Lucrecio siguió andando con un paso firme, pues faltaban solo dieciséis minutos para entrar a trabajar en el bufete.
Buen relato, con descripciones detalladas de la tienda y de las carteras, al estilo galdosiano. si bien se puede percibir algo de crítica en alguna de las expresiones que describen la tienda --'lúgubre', por ejemplo-- podría manifestarse algo más de ese espíritu crítico del realismo.
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