Otro miércoles más, Maricarmen entró en el oscuro restaurante acompañada de su padre. Se sentaron en la misma mesa, la segunda a la izquierda. En realidad, se podían haber sentado en cualquiera, ya que el restaurante estaba más vacío que la nevera de un estudiante de Erasmus. La camarera se acercó a la mesa. Daba la sensación de que estaba aburrida o enfadada, o las dos cosas. Mientras hacían el pedido, Maricarmen se dió cuenta que la camarera ni les miraba a la cara. La camarera afirmó con la cabeza y se dirigió rápidamente a la cocina. Mientras Maricarmen y su padre esperaban por la comida, charlaban tranquilamente. Se escucharon unos gritos que venían desde la cocina. No se sabía muy bien en qué lengua hablaban. A lo mejor, era inventada, o hablaban en código para que nadie les entendiera. Al instante, la camarera volvió con los platos. Los posó con tan poco cuidado que la salsa se escurrió por el borde de uno de ellos. No le importó los más minino. Se dió media vuelta sin disculparse siquiera. El silencio reinaba en aquella pequeña sala. Se hacía muy incómodo estar comiendo en aquella situación, ya que había otras dos camareras, cada una en una punta del restaurante, que no hacían nada más que mirarlos fijamente. De vez en cuando, desviaban la mirada hacia un pequeño televisor que había en una de las esquinas. A Maricarmen le apetecía postre. La camarera se acercaba lentamente, y ella pensó que le preguntaría si querian algo más. Mientras levantaba los platos, dijo que se dirigieran a la caja para pagar. Maricarmen se levantó. Mientras una de las camareras le cobraba, Maricarmen se fijó con una cajita vacia, la cual estaba forrada con un papel que ponía “donaciones para el refugios de animales del barrio”. Ni un céntimo había en ella. Antes de salir, una de las camareras les agradeció muy seriamente. Maricarmen se giró una última vez hacia atrás y vió como apagaban las luces de aquel triste restaurante.
Martín, estando un poco taciturno y ansioso, se encuentra sujeto a sus propios pensamientos, en respecto a Roma, sabiendo de antemano que sería un viaje que no se olvidaría jamás, junto con todos los compañeros que compartió los libros, apuntes, hojas, amistades y alegrias durante toda su vida. Como era muy pronto, no se producía ningún tipo de ruido en su casa, dando la impresión al protagonista de ser la única presencia humana en ella. Una vez en el aeropuerto, Martín se detiene para observar , visualizando con sus ojos, la diversidad de culturas y conocimientos que los extranjeros de todos los rincones del mundo que pasaban delante suyo atesoraban. Por el otro lado, seguía sin tener la capacidad de asimilar que tras los muchos meses hablando sobre Roma, ya estaban todos listos con el equipaje y preparados para el viaje. El primer día se puede describir como una jornada energética, comenzando con el grupo por salir a toda prisa del hotel sin haber entrado siquiera en los cuartos
Muy buena descripción de ese espacio narrativo... muy realista y con claro espíritu galdosiano y de crítica social. Muy bien conseguido
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