El caos de la capital portuguesa es algo que anda de mano de quien vive en Lisboa. Es algo que acompaña a donde vaya la gente entre las ocho y nueve de la mañana y entre las cinco y las siete de la tarde. Entre las colas interminables de tráfico en las avenidas principales de la ciudad y el querer andar sin chocarte con la gente en la calle para llegar a su destino es algo que forma parte de la rutina lisboeta. Algo inevitable. Pero Cristina ya está acostumbrada.
Cristina escoge utilizar el metro como método para desplazarse porque sostiene la idea que es mejor utilizar transportes públicos frente a los privados. "Es cuestión de ayudar el medio ambiente" -contesta ella cuando le preguntan el por qué de decidir entrar en las escaleras que te llevan a lo subterráneo. Esta respuesta es clara para ella pero, ¿por qué tendrá alguien la iniciativa de entrar en ese sitio? Pero, tras esa reflexión, Cristina acaba siempre por hacer lo que hace siempre. Entra, baja las pegajosas y sucias escaleras donde la gente no se decide si se baja por la derecha o por la izquierda. Espera detrás de tres o cuatro personas, probablemente turistas, que no consiguen comprar la tarjeta con destino Aeropuerto para poder cargar la suya después de haberse olvidado de hacerlo la vez anterior cuando no había nadie. Pasa la tarjeta por el lector y, apresuradamente, corre bajo las segundas escaleras con un paso más acelerado tras oír el metro llegar intentando coordinar los pies para que no tropiece. Y después, es en ese momento, que el sentimiento de decepción sustituye el de ánimo por llegar a casa. Siete minutos más que hay que esperar por no haber llegado a tiempo. Siete minutos que pasa en Twitter leyendo artículos sobre un asunto que ni siquiera le resultaba interesante hasta el momento que llega el metro a la plataforma. Cristina se sienta en la primera silla que se encuentra en frente de ella sin prestar mucha importancia de quién se había sentado al lado. São Sebastião es su parada y la voz monótona de la señora que repite el nombre de las paradas la hace levantar y dirigirse a la misma puerta por la que había entrado. El contacto con el suelo de la plataforma le hace acelerar hasta las máquinas y, por fin, hasta las escaleras que conectan el subterráneo con el terrestre. El contacto del aire fresco con su rostro la hace sentir aliviada tras haber pasado estos treinta minutos en el sitio que termina siempre por ir a su encuentro. "Es cuestión de ayudar el medio ambiente." piensa ella mientras camina hasta su casa.
Esta muy bien!
ResponderEliminarmuy original
ResponderEliminar¡Muy bien!
ResponderEliminarEs un texto muy bien redactado, está muy bien.
ResponderEliminar👍
ResponderEliminarMuy buen relato, realista y muy galdosiano, con descripciones detalladas del espacio narrativo. muy bien redactado.
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