Entrando en el café moderno, con sus luces amarillas monótonas, el hombre sube los tres escalones de mármol, ignorando la rampa para discapacitados, y es envuelto en un dulce aroma de croissants recientemente salidos del horno.
El hombre, un señor de cuarenta y cinco años, inspecciona la sala. El café está dividido en dos partes: dónde trabajaban los camareros y cocineras, y donde los clientes se sentaban para disfrutar de su pedido. Al fondo de todo, había un pasillo que llevaba a unos baños.
El hombre comenzó a dar pasos hacía la barra, sus zapatos negros pisando el suelo hecho por un tipo de piedra aún más oscura, sus pantalones marrones y planchados moviéndose rígidamente, mientras que su chaqueta pesada de cuero se movía con una cierta libertad, pero al mismo tiempo sin alejarse mucho de su dorsal.
Se colocó al final de la fila para la barra, y aprovechó el momento para limpiar sus gafas empañadas.
El aire acondicionado del café le provocó un calor molesto, que hacía que le picase su cuerpo superior entero. Se quitó su chaqueta con rapidez, y sus brazos se quedaron atascados en las mangas durante un breve momento. Colocó su chaqueta sobre su brazo, y esperó.
Cuando por fin fue su turno, el hombre de pelo oscuro y ojos azules ya había leído el menú entero más de tres veces para poder formular su pedido. Había decidido tomar una tostada mista, un sándwich tostado a la plancha con tomate, queso fundido y jamón cocido. Junto al bocata de pan dorado, pidió un compal de mango, un tipo de zumo espeso, y un croissant simple, que tenía echado por encima azúcar. Pagó lo que le era debido, cogió su bandeja y se sentó en una mesa al lado de la ventana, una mesa con un sofá-colchón para dos de sus asientos.
El hombre le dió un bocado a su bocata, y saboreó la mezcla de sabores, el tomate fresco y salado actuando como una oposición de temperaturas contra el queso y el jamón.
Alrededor del hombre, la gente hablaba, reía, y discutían en sus pequeños grupos y tertulias, hablando de la nueva moda de ropa, de lo ridículo que era que unos gemelos se comprasen el mismo libro, de la guerra entre Ucrania y Rusia, y de las posibles relaciones entre la deforestación del Amazonas y de la cantidad de fichas que mandaron en clase de inglés.
El hombre lo ignoró todo y, tras terminar su emparedado y su zumo, cerró sus ojos y le dió un mordisco a su croissant, que era tan simple como la vida que llevaba.
Mucha descripción, muy creativo
ResponderEliminarmucha descripcion
ResponderEliminarmuy bien, buenas descripciones y, como afirma el texto, con ritmo de 'vida simple' que acompaña al contenido. Quizá se echa de menos un poco de intención crítica, algo que sugiera que el autor desearía cambiar o mejorar, eso lo haría más galdosiano.
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