El banco en el que estaba sentada se encontraba delante de lo que, en la época, allá en el siglo III después de Cristo, fue el mejor spa del mundo, las Termas de Caracalla. Lo que hoy son unas decadentes y decrépitas ruinas, representan el célebre pasado de una época grandiosa, repleta de gloria y magnificencia.
El color del edificio termal es un pálido reflejo del resplandeciente mármol de antaño, que antes cubría el balneario. En el suelo aún se conservan mosaicos hechos de mármol, traído de las colonias del Imperio, combinados entre si y formando escamas de pórfido rojo, granate pavonazo, amarillo antiguo y verde serpentino.
Las altas y deterioradas columnas están perforadas por unos agujeros que apenas se perciben. Dentro de ellas, se pueden observar unos enormes arcos romanos que al fín de mil ochocientos años continúan erigidos en su forma primitiva.
A mi lado estaba un grupo de adolescentes, que no paraba de hacer fotografías, en movimientos continuos, repetitivos e interminables, a este precioso monumento. Se conseguía escuchar los clamores de los jóvenes que no paraban de decir cuán cansados estaban y cuánto calor hacía en esta cálida y soleada mañana.
Cuando el ardiente sol empezó a quemar mi delicada piel, me levanté del duro y verde asiento y miré detenidamente, una última vez, hacia aquellas ruinas. Curiosa la gloria que se percibe observando la decadencia de un monumento, que, en un lejano pasado, fue un lugar destinado a la convivencia, al relajamiento, al ejercicio físico y a la salud.
Muy buen relato realista, Rita. Las detalladas descripciones de los materiales y del ambiente creado son excelentes.
ResponderEliminarMe ha encantado! Las descripciones están muy bien
ResponderEliminarMuy original!!
ResponderEliminarLas descripciones están muy realistas
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