El Coliseo, una imponente estructura de la antigua Roma, se erige como un testigo silencioso de siglos de historia humana. Sus enormes arcos y altísimos muros evocan una sensación de asombro y reverencia, como si rindieran homenaje a las innumerables vidas que alguna vez se agolparon dentro de sus límites. El Coliseo fue testigo de espectáculos de una belleza increíble y un horror inimaginable, mientras los gladiadores luchaban por sus vidas y las bestias salvajes deambulaban libres. Ahora, en su tranquila quietud, el Coliseo sigue siendo un testimonio de los triunfos y tragedias de una era pasada, un recordatorio inquietante de la naturaleza fugaz de la existencia humana y la inexorable marcha del tiempo.
Martín, estando un poco taciturno y ansioso, se encuentra sujeto a sus propios pensamientos, en respecto a Roma, sabiendo de antemano que sería un viaje que no se olvidaría jamás, junto con todos los compañeros que compartió los libros, apuntes, hojas, amistades y alegrias durante toda su vida. Como era muy pronto, no se producía ningún tipo de ruido en su casa, dando la impresión al protagonista de ser la única presencia humana en ella. Una vez en el aeropuerto, Martín se detiene para observar , visualizando con sus ojos, la diversidad de culturas y conocimientos que los extranjeros de todos los rincones del mundo que pasaban delante suyo atesoraban. Por el otro lado, seguía sin tener la capacidad de asimilar que tras los muchos meses hablando sobre Roma, ya estaban todos listos con el equipaje y preparados para el viaje. El primer día se puede describir como una jornada energética, comenzando con el grupo por salir a toda prisa del hotel sin haber entrado siquiera en los cuartos
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