Roma, la ciudad del pasado y presente.
Sus monumentos, orgullosos testigos del paso de los siglos, despiertan la admiración y el asombro de los visitantes. El Coliseo, imponente y magnífico, se yergue como un gigante de piedra que cuenta las historias sangrientas y grandiosas de los gladiadores que una vez lucharon en su arena. Sus muros rugen de historia, susurran las hazañas de los emperadores y guardan en sus entrañas los secretos de un pasado lejano.
Caminar por las calles de Roma es como pasear por un museo al aire libre. Cada esquina esconde un tesoro arquitectónico, una fuente que cuenta una historia o una iglesia que alberga obras de arte de incalculable valor. La Fontana di Trevi, con su cascada de agua y su estatua de Neptuno, cautiva a los corazones de aquellos que buscan un deseo. La imponente cúpula de la Basílica de San Pedro se eleva en el horizonte, recordando al mundo la grandeza de la fe y el poder de la humanidad para crear belleza.
Muy bien redactado, pero se echa de menos la imitación del estilo realista de Galdós: narrador omnisciente, descripciones detalladas de personajes y de ambientes y, sobre todo, poner el foco en lo que podría o debería mejorar, es decir, el espíritu crítico.
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