Es una tarde fría, húmeda y lluviosa en Roma. Elena está en
una habitación con paredes de color blanco y una gran ventana desde la cual
entran gotas de lluvia que, mientras van cayendo, van formando un charco en el
suelo de madera. Está sentada en una cama que no es suya, con sábanas que no
son suyas, mirando hacia las gotas que van cayendo sobre el charco y haciéndolo
cada vez más grande. Se encuentra inquieta, sin conseguir parar de pensar en
qué puede hacer para evitar lo inevitable, la realidad.
Piensa en los momentos en los que aún vivía en Madrid. Frecuentemente
veía, en calles estrechas y oscuras, a personas menos afortunadas. Unas, buscando
desesperadamente trabajo y otras con ropas sucias y rotas, implorando por comida.
A ella no le importaba porque nunca sería una de esas personas. Pero estaba
equivocada, porque cuando su padre, un hombre frío y egoísta, muere y le deja
un número elevado de deudas que la llevan a vender su casa y todas sus posesiones
para conseguir pagarlas, supo que dentro de muy poco tiempo sería una de esas personas.
En su realidad no hay nada, por lo menos nada que sea
importante para el resto de las personas. Lo único que hay son sus pensamientos,
y esos sí que son solo suyos.
Comentarios
Publicar un comentario