Caminante por los largos pazos de la grandiosa ciudad del Vaticano, toda en su majestuosidad brillante y divinamente iluminada. Amplios portales de carácter barroco, blancos y puros, con sus enormes columnas imponentes esculpidas por el inolvidable Bernini, paralelas y simétricas en toda su resplandeciente estructura y colocación. En su centro la jamás inadvertida Basílica de San Pedro.
El ardor de los kilómetros ya recorridos los días anteriores por la ciudad romana, se reflejaba en las plantas de mis pies, apenas protegidas por una fina suela, de lo que una vez fue el sustrato del mayor imperio del mundo.
Me resultó imposible no depararme con el contraste inesperado de la pobreza presente en ese ambiente, los viejos y jóvenes sin abrigo apoyados en los pies de esas columnas, con sus cuerpos finos y desnutridos, sus barbas y cabellos oscuros o grisáceos y enmarañados sin remedio. Ropas sucias andrajosas y deshilachadas y pies descalzos, callosos y ennegrecidos. Sus viejas tiendas o mantas que apenas les separan del frio suelo de piedra travertino.
La hipocresía presente en esta situación demuestra lo verdaderamente real del ser humano. “Ayudaros unos a otros”, eso decía el mesías salvador de los cristianos, ¿no? En qué mundo estamos en el que las morales irrompibles del poder que siempre ha sido la iglesia católica, ya están descartadas. Y la imagen de salvación y refugio que profesan se ignora de manera tan impensable.
Muy buen narrador omnisciente y muy buenas descripciones de espacios y ambientes. Resulta muy realista y galdosiano. Revisa dos lusismos que habría que cambiar: en lugar de , mejor y en lugar de ,< palacios>
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