Contempló el reloj apresuradamente: marcaba las tres en punto. Apenas había podido disfrutar del almuerzo, y sin embargo el tiempo escaseaba al punto de que en ese instante tuvo que levantarse lo más rápido que pudo y echar a correr junto con las demás. Debían dirigirse, cuanto antes, al Coliseo de Roma: el primer punto turístico de la visita y donde empezaba aquella maravillosa jornada.
Avanzaba por las calles, a paso acelerado, intentado que sus ojos registrasen todo de la manera más minuciosa posible. Cada segundo que pasaba era tiempo perdido que no iba a regresar, y aunque el sol fulminante trataba de impedirselo, deseaba con todas sus fuerzas llegar su destino inmediatamente.
De pronto supo que había llegado: el imponente monumento se hacía ver desde muchos metros de distancia, de forma a que cualquiera quedara impresionado ante la belleza las bóvedas de cañón que conforman el anfiteatro e incluso los detalles arquitectónicos del mismo.
Buen relato, Mar. El uso del narrador omnisciente es muy propio del realismo. Quizá dejar traslucir algo de espíritu crítico en la escena elegida ayudaría a completar la imitación de Galdós.
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