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4B. MARQUES, Irene. Último manjar en la ciudad eterna.

ÚLTIMO MANJAR EN LA CIUDAD ETERNA:

En cuanto se les dió esa libertad condicional tan esperada, la cuál exigía que a las cuatro de la tarde debían estar en la colosal columna que conmemora al emperador Trajano, los chiquillos se dirigieron hacia una típica tienda de souvenires, en la cuál, se les cobró un precio extrañamente alto para haber comprado solo un imán, o por lo menos, eso se cuestionaron entre risas mientras no le daban demasiada importancia a este acontecimiento, pues estaban muy ocupados ignorando el hecho de que habían sido engañados por el señor de la tienda al ser unos simples viajeros en aquella magnífica ciudad llamada Roma.


Satisfechos con su compra, decidireon encaminarse hacia una calle bastante llamativa, al girar la esquina, se encontraron con un grupo de niños bastante pequeños y todos ellos iban con un helado en mano. Eso llamó la atención del grupo de amigos, que se vieron hipnotizados por aquellos helados que tanto caracterizaban a ese bonito país Italia. Pasearon por esas bonitas calles del barrio Trastévere y al parar frente de una preciosa casa amarilla y blanca llena de flores de todos los colores que llamó la atención de Margarita quien se vió viviendo en aquella casa en un futuro si para entonces tuviese los recursos necesarios para ello, Mundina, quien quería ver todo lo posible antes de volver dijo: – ¡Mirad!,si es que de verdad, ya lo digo siempre, que no miraís por dónde vaís. Ahí hay una heladería.– , y ahí se encontraba la tan deseada heladería, era pequeñita y tenía un llamativo cartel que decía con letra cursiva “gelatería”. Todos hablaron con la dependienta, quien se encontraba cansada después de un duro día de trabajo y lo que menos le apetecía en esos momentos era atender a un grupo de turistas que ni idea tenían de italiano.


Vagaron por aquellas calles llenas de terrazas y restaurantes listos para recibir a turistas hambrientos durante un rato, cuando a Dolores se le ocurrió ir a un precioso parque botánico. Allí, en aquel parque que parecía infinito, pues solo veías verde a tu alrededor, terminaron de comerse su tan desado helado y su último manjar en aquella ciudad eterna.


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