Esa autonomía que sentía por cada paso que daba en aquel grandioso Museo del Vaticano era tormentoso.
Entré en una sala donde cada alma dejaba sobre caer su cabeza hacia trás mirando cada centímetro de pintura, cada trazo, cada color, cada sombreado, donde recordaba la firmeza del barroco y la entidad de Miguel Ángel. Dejando que las miradas se quedaran perdidas, buscando su segundo apellido.
Pero al mirar alrededor no veía a ningún individuo que tuviera el acento familiar, pero a la vez indescifrable que andaba buscando desde que llegué a Roma. Haberme cruzado con aquellas miradas perdidas, buscando la otra cara de aquellas calles en las que estuve caminando, me dejarom huellas de las palabras ricas de mis amigos.
Buen relato, con buena descripción de la impresión que causan esas pinturas. Quizá el uso de un narrador omnisciente habría dado un toque más galdosiano.
ResponderEliminarme ha encantado!
ResponderEliminar