La llegada a la hipnotizante Roma
Acababa de llegar a la ciudad eterna. Aún no acaba de procesarlo. Llevaba siendo uno de los planes que ansiaba por realizarlo. Nada más llegué, fui directamente a soltar mis cosas en una pequeña sala del humilde pero a la vez majestuoso hotel en el que iba a vivir en los próximos dias.
Era hora de almorzar cuando aterricé en el centro de Roma y como no, tenía que degustar la pasta y los platos típicos italianos. Me senté en una terraza que estaba abarrotada de turistas. Mi falta de conocimiento de la lengua oficial de aquel país no me ayudaba mucho, a si que tuve que pedir de comer en mi más miserable inglés.
No fue necesario mucha atención para ver que los precios eran desorbitados. Un botellín pequeño de Coca-Cola al precio del oro. Era una burrada. Lo mismo del agua… mucho de ella decían que era micro filtrada y acaba por ser agua del grifo en una botella de vidrio del restaurante. Aunque es verdad que comí la mejor lasaña del mundo.
Pero apesar de todo, la ciudad de Roma no paraba de ofrecer sus encantos a cada esquina que giraba.
Al finalizar la ruta en camino del hotel de 4 estrellas, entré a la claustrofóbica habitación, descalcé los zapatos y ni tenía ganas de comer. Estaba destrozada. Roma me había hipnotizado y con ello me fui a dormir.
Buen relato, pero hay que revisar la ortografía. Quizá el narrador externo y omnisciente habría sido más del estilo realista.
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