En un bosque encantado, sobre la luz de la luna, se adentraba, una vez más, el alma de alguién que un día había pertenecido ahí. Nadie lo podía notar, todavía, pero sus pasos resonaban como un eco y su voz pidiendo auxilio era llevada por el viento.
Se sentó al borde de su árbol, aquel al que acudía siempre que podía, aquel iluminado por el brillo de las estrellas, rodeado de pequeñas flores que luz propia emitían, en el cuál reposaba su esencia, la que en aquel lugar había sido perdida y en este esperó, esperó a que se fijaran en él los que se encontraban paseando a su alrededor. Algunos se detenían, observando aquella extraña figura que no lograban reconocer pero que curiosamente les recordaba a alguien que ya habían olvidado hace mucho tiempo, una persona que en el fondo de su mente sí que existía.
Todos los años este hombre volvía a donde un día, mientras sus ojos se cerraron lentamente, surgió de forma trágica su despedida y siempre trataba que le recordaran pero su pérdida había sido tan insignificativa que ni las raíces de aquel pino podían guardar el dolor de su fin.
Sin embargo, mientras se pudiese sentir su presencia, un extraño silencio y una quietud surgía, era una extrañeza que mostraba la naturaleza ,una forma de enseñarle lo que nadie sentía.
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