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4C Rubio, Diego, El final de una vida hace mucho perdida

 

Durante la media noche de un día nublado de otoño como otro cualquiera, talvez un poco más ventoso que los otros, paseaba un hombre a la orilla del Duero. Las sombras de los arboles parecían más grandes y los varios puentes que atravesaban el río parecían mucho menos estables que en un día normal, parecía que se iban a desmoronar en el preciso instante que alguien o algo pasase por ellos. No se oía nada más que el fluir de las aguas del río que sonaba contra las rocas y formaba pequeñas cascadas en esta zona de su curso, el ulular del viento y el crujir de la madera que constituía los pequeños caminitos que atravesaban el rio pasando por sus islas y llegando a sus orillas, esta noche aparentaba normal, pero fue la noche más peculiar y espantosa de la vida del hombre que paseaba a la orilla del Duero.

Este hombre nunca conoció sus padres, creció en un orfanato en el que poco le atendían, no consiguió nunca estar feliz con nadie, ni si quiera consigo mismo. Cuando salió del orfanato trató de ganarse la vida, pero algo se lo impedía, un odio profundo a todo lo que le rodeaba, la gente se apartaba de él, ya que en la más mínima conversación con el hombre, este les iba a herir los sentimientos de una manera como él solo conseguía, pero esto no era su intención ocurría solo. La gente se fue apartando de él y esto alimentaba la llama de su odio. Su odio por la sociedad lo llevó a la pobreza y estos dos factores juntos lo llevaron al crimen y por esto pasó completamente solo muchos años en la celda de la cárcel de un pequeño pueblo.

Ya después de ser libre, en su paseo por la orilla del Duero, atravesando sus pequeños caminitos de madera el hombre se lamentaba de toda su vida, nadie se acordaba de que este hombre existía, pues él nunca había provocado nada de bueno ni de relevante en la vida de nadie, y entre sus lamentos se fijaba como las sombras parecían más grandes, los puentes más inestables, las aguas del río más heladas de lo que solían estar, los árboles parecían que se iban a derrumbar y al fondo en la montaña, la ermita de San Saturio parecía mas viva que nunca, pero no eran personas que estaban allí si no las ánimas de almas en pena. Fue en este momento en el que las nubes se abrieron y dejaron paso a la luz de la luna llena, la luna llena brillaba mucho más de lo normal, tanto que el Duero se tiñó de un blanco abrasador y el hombre decidió acercarse para observar este fenómeno, fue a una de las inúmeras entradas de madera en el río que se usaban para atracar los pequeños barcos de paseo, pero este fue su último acto.

Cuando el hombre se acercó a una pequeña y putrefacta entrada de madera, probablemente la que estaba en peores condiciones de todo el río, aunque él no lo notó, preocupado con sus lamentos el agua blanca por la luz de la luna se levantó 3 metros por en cima de su cabeza y el Duero lo engulló.

Ni en los siguientes días, ni en las siguientes semanas, ni en los siguientes meses y ni tan siquiera en los siguientes años alguien se dio cuenta de que este hombre había desaparecido, pues el hombre aunque físicamente no lo estuviera, ya estaba muerto para todo el mundo y este final macabro en verdad fue insignificante para el curso de los acontecimientos, porque hace mucho que este hombre ya era en verdad un muerto atrapado en un cuerpo de vivo. Después de esta peculiar serie de acontecimientos el mundo siguió su curso, de la misma manera que lo habría hecho si no hubiera ocurrido nada y nadie notó la falta de nada, ni tan siquiera una pequeña sensación de vacío en sus vidas.

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