Bajo la luna, sus ojos se perdían en el cielo lleno de estrellas. El río susurraba tristeza, y las sombras de los árboles parecían abrazarse en la oscuridad como amantes lejanos. Cada suspiro resonaba con el anhelo, mientras el viento llevaba consigo los lamentos de un amor perdido en el abismo. Caminando en la noche, tropezó con viejas memorias y al doblar la esquina, vio una figura distante que le dio un rayo de esperanza. Así, entre susurros de estrellas y murmullos del río, se adentró en un nuevo día, donde el corazón esperaba un nuevo comienzo.
Martín, estando un poco taciturno y ansioso, se encuentra sujeto a sus propios pensamientos, en respecto a Roma, sabiendo de antemano que sería un viaje que no se olvidaría jamás, junto con todos los compañeros que compartió los libros, apuntes, hojas, amistades y alegrias durante toda su vida. Como era muy pronto, no se producía ningún tipo de ruido en su casa, dando la impresión al protagonista de ser la única presencia humana en ella. Una vez en el aeropuerto, Martín se detiene para observar , visualizando con sus ojos, la diversidad de culturas y conocimientos que los extranjeros de todos los rincones del mundo que pasaban delante suyo atesoraban. Por el otro lado, seguía sin tener la capacidad de asimilar que tras los muchos meses hablando sobre Roma, ya estaban todos listos con el equipaje y preparados para el viaje. El primer día se puede describir como una jornada energética, comenzando con el grupo por salir a toda prisa del hotel sin haber entrado siquiera en los cuartos
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